miércoles, 26 de junio de 2013

La Huella de Darwin en Villavicencio

Hace 178 años que Charles Darwin pasó por Villavicencio. 

Compartimos un extracto de la compilación que Roberto Tobares, Guardaparque de la Reserva Natural Villavicencio y apasionado estudioso de la historia ha hecho sobre este tema.

Tal vez al momento de embarcarse en el HMS Beagle en Diciembre de 1831, Charles Darwin, puede ni que se haya imaginado las grandes satisfacciones que ese viaje le depararía.
A pesar de su corta edad, 21 años, las muchas observaciones y conclusiones que realizó en el transcurso de los cinco años que duró el viaje, le permitieron a este joven brillante más tarde sustentar la teoría que lo haría famoso y trascendería no solamente las corrientes del pensamiento filosófico, científico y religioso de la época, sino de los tiempos venideros.
Darwin de regreso hacia Chile y después de haber estado en Mendoza, recorre estos sitios que conforman parte del camino y llegando al lugar en el cual se encuentra actualmente el hotel Villavicencio dice:
“Poco a poco se aproxima el camino de la cordillera y antes de ponerse el sol del 28 de marzo  penetramos en uno de los anchos valles, o mejor dicho bahías que se abrían en el llano; poco a poco se transforma también el valle en estrecha cañada, en la cual se encuentra la villa Vicencia”.
“Habíamos viajado todo el día, sin encontrar una sola gota de agua, por lo cual nos hallábamos tan alterados como los mismos mulos. Con gran atención, pues, observamos el arroyo que corre por este valle. Es curioso ver como aparece el agua gradualmente; en el llano estaba el lecho del arroyo, seco absolutamente, y poco a poco se va notando más húmedo; después se ven charquitos, cada vez más próximos, hasta que acaban de reunirse y en Villavicencio nos encontramos ya en presencia de un precioso arroyuelo”.
Un 29 de marzo de 1835, los tenues rayos de sol se comienzan a posar sobre diversas y variadas formaciones montañosas de la precordillera mendocina y sorteando las sendas del camino, montado sobre una mula, Charles Darwin va en dirección al Paso de la Cumbre.
La variedad y riqueza del relieve, con el cual se encuentra Darwin, lo lleva a escribir en su libro de investigaciones lo siguiente:
“Vi el lugar donde un grupo de árboles lindos mecían sus ramas sobre la costa del Atlántico, cuando el mar (ahora retirado 700 millas) se aproximaba a la base de los Andes. Vi que habrían crecido en una tierra volcánica que se habría elevado más allá del nivel del mar y que esta tierra seca, con sus árboles erectos se habría bajado luego a las profundidades del océano. Allí estaba cubierta de lava submarina, una sola de estas masas alcanzaba un grosos de mil pies; y estos diluvios de piedra derretida y depósitos acuosos se habrían sucedido alternativamente cinco veces. El océano que recibía tales masas tiene que haber sido profundo; pero una vez más las fuerzas subterráneas ejercían su poder y ahora yo contemplaba el lecho del mar formando una cadena de montañas de más de siete mil pies de altura “.
La permanencia por la zona de Darwin, lo lleva a expresar algunas consideraciones respecto a la geología de la región. Hace referencia, a que este cordón montañoso, el de Uspallata, se diferenciaba de la cordillera principal, separándolos un largo llano, estrecha depresión (valle), semejantes a los observados por él en Chile.
Afirmando que el origen de esta precordillera se componía de diversas especies de lavas submarinas, gres volcánica y depósitos sedimentarios.
“A parte de esto, las fuerzas siempre activas que a diario modifican la superficie de la tierra, habían ejercido también su imperio, porque esos inmensos cúmulos de capas se hallan ahora cortadas por valles profundos, y los árboles petrificados salen hoy transformados en rocas donde antes levantaban sus admirable copas verdes. Ahora todo está desierto en este sitio, los mismos líquenes no pueden adherirse a estas petrificaciones que representan árboles antiguos. Por  inmensos, por incomprensibles que parezcan estos cambios, todos se han producido; sin embargo en un periodo reciente, comparado con la historia de la cordillera, y esta es también muy moderna comparada con muchas capas fosilíferas de Europa y América”.
Estas impresiones sobre el relieve y geología del lugar hacen que Darwin en Valparaíso, con fecha 18 de abril de 1835, le escriba una carta a su profesor de Botánica en Cambridge John Stevens Henslow, que se inicia así:
“Acabo de retornar de Mendoza, habiendo cruzado la Cordillera por dos pasos. El viaje ha agregado mucho a mi conocimiento de la geología del país. Sobre los lados desnudos de las montañas, los complicados diques y cuñas de rocas de varios colores. . . (y)...  la estratificación en todas las montañas es bellamente visible. . . No puedo imaginar ninguna parte del mundo que presente una escena más extraordinaria de la corteza del globo que en estos picos centrales de los Andes”.
Habiendo ingresado por el Paso de Piuquenes a Mendoza, también reportó hallazgos de rocas fosilíferas del Mesozoico en dicho paso en la cadena occidental de la cordillera.
Estas descripciones sobre el paisaje geológico realizado por Charles Darwin, llevan a la conclusión de  que la masa montañosa estaba compuesta por un núcleo metamorfizado y por rocas volcánicas que sostenían secuencias sedimentarias, jurásicas y cretácicas.
Encontrándose sobre el terreno de Paramillos, en un sector llamado Agua de la Zorra, y habiendo dado con un grupo de araucarias fosilizadas, pasó a describir posteriormente:
“Estos fueron árboles petrificados, once silicificados y 30 ó 40 convertidos en carbonatos calcáreos blancos gruesamente cristalizados. Fueron abruptamente cortados, la parte de arriba de los troncos se proyecta a pocos pies sobre el suelo. Los troncos midieron de 3 a 5 pies de circunferencia. Estaban erguidos a poca distancia unos de otros, pero en conjunto formaron un grupo. Habiendo entregado algunas maderas para su examen al Sr. Robert Brown, este opinó que pertenecen a la tribu de los pinos, tienen los caracteres de las familias de las Araucarias, pero con ciertos puntos especiales de afinidad con el tejo. El gres volcánico en que se hallaban sumergidos estos árboles y en cuya parte inferior han debido crecer, se ha acumulado en capas sucesivas alrededor de su tronco, y todavía conserva la piedra la impresión o huella de la corteza”.
Darwin en su Diario describe otros sitios por los cuales tiene que pasar y que despertarán su interés, entre ellos “El Puente del Inca”, respecto de este dice:
“Desde el río de las Vacas hasta Puente del Inca, el viaje llevó medio día. . . Cuándo uno escucha hablar de un puente natural, se imagina una hondonada estrecha y profunda, o piensa en un gran arco ahuecado como la bóveda de una caverna. En lugar de esto, el Puente del Inca consiste de una costra de grava estratificada, que está cementada por los depósitos de los manantiales calientes vecinos. Parece como si la corriente de agua hubiese excavado un canal sobre un lado, dejando una saliencia colgante unida a la tierra. . .”
El científico inglés también utilizó en su travesía por la cordillera, unos refugios construidos en el siglo XVIII para el abrigo de aquella gente que realizaba arreos o transitaba esa ruta hacia Chile. Fue precisamente en una de esas construcciones, en el Paramillo de las Cuevas (Los Puquios), donde Darwin realizó pernocte.
Cabe destacar que al  momento de embarcarse en el H.M.S. Beagle, al mando del Capitán Robert Fitz Roy, de la Real Armada Inglesa, Darwin fue convocado más por sus conocimientos de geólogo que como naturalista. Todo el interés científico de Charles por el estudio de las especies marinas, lo incentivó para la construcción, de una bolsa o red de pesca, lo cual le permitía la captura de una gran cantidad y diversidad de especies marinas, entre ellos el plancton.
Más tarde, Septiembre de 1832, en Punta Alta, (Argentina), Darwin descubre una de las evidencias que lo llevaría a cuestionar y posteriormente a rechazar, la doctrina de la fijación de las especies. Es que Darwin habría encontrado los restos fósiles de enormes animales cubiertos con un caparazón similar a la de los armadillos existentes y empezó a preguntarse sobre la relación entre los géneros vivientes y extinguidos.
En el libro publicado sobre el Viaje del Beagle en 1839, el naturalista Charles señaló el contraste en tamaño entre fósiles de animales que él encontró y las especies similares aún vivientes en Sudamérica y especuló sobre las razones de la extinción de las primeras, no mencionó a esta altura las posibles implicaciones de la similaridad en todo menos en tamaño entre las especies extinguidas y las sobrevivientes. Uno de los temas que siempre despertó la curiosidad del joven científico fue el significado de la distribución de especies similares de plantas y animales ente islas oceánicas aisladas y el continente más cercano, y en ambos lados de barreras físicas como la Cordillera de los Andes.

En otra parte de sus anotaciones, hace referencia a la cacería de un avestruz y anota:
“Mr. Mortens mató un avestruz. Yo lo miré y olvidándome desafortunadamente en el momento de todo el tema de los Petisos, pensé que era uno de los comunes que habrá crecido sólo dos terceras partes. Al pájaro le sacamos el cuero y lo cocinamos antes que mi memoria volviera en sí. Pero se conservó la cabeza, cuello, patas y alas, muchas de las plumas grandes y una gran parte del cuero”.
Su paso por las Islas Malvinas queda reflejado al expresar. . .
“el único hecho parecido que yo conozco es la constante aseveración de la diferencia entre el zorro tipo lobo de la isla Este y Oeste de las Falklands (Malvinas)”.
Darwin en estos momentos habría dejado de creer en la creación especial de las plantas y animales y habría aceptado que las especies serían modificadas lentamente de alguna manera por influencias ambientales.
Poco tiempo después y;
“estando bien preparado para apreciar la lucha por la existencia que hay en todas partes por las continuas y largas observaciones de los hábitos de plantas y animales, inmediatamente me di cuenta que en estas circunstancias las variaciones favorables tenderían a preservarse y las desfavorables a destruirse. El resultado de esto sería la formación de una nueva especie”.
Recién en 1859, seguro al fin de pista firme, escribiría en el primer párrafo de su gran obra:
“Estando a bordo del Beagle como un naturalista, me impresionaron ciertos hechos en la distribución de los habitantes de este continente. Estos hechos, como se verá en los capítulos siguientes de este volumen, parecen arrojar luz sobre el origen de las especies, ese misterio de los misterios como uno de nuestros más grandes filósofos lo ha llamado”.
Darwin dejó para sus contemporáneos y la posteridad de nuestros días, la teoría de la selección natural, y una prolífera publicación para develar los misterios de la naturaleza en 17 libros científicos y más de 150 artículos relacionados con la botánica, la paleontología, fisiología, taxonomía, psicología comparada, zoología, lo que ahora llamamos ecología, primatología, genética, paleoantropología, sociobiología y toda las ciencias de la vida.
Sintetizando, podemos decir que Charles Darwin sostuvo que la evolución opera por medio de la selección natural. Esta selección es un elemento fundamental del proceso evolutivo pero no el único ya que también intervienen otros factores, como las mutaciones, que fueron descubiertas a principios de este siglo.
En toda especie viviente, los individuos de una población poseen características o variabilidad genética. Básicamente la selección natural consiste en la supervivencia de aquellos individuos que reúnen las cualidades hereditarias mejor adaptadas a su ambiente.

Algunas de sus publicaciones son: El Origen de las especies; El Origen del hombre; La Evolución del Comportamiento; La Expresión de las emociones en los Animales y el Hombre; La Coevolución de Insectos y Plantas; El Viaje del Beagle; Variación en Plantas y Animales en condiciones de Domesticación; y muchas más.

Fuentes bibliográficas:
“Mi Bisabuelo, Charles Darwin”. Richard Darwin Keynes
“Tras los pasos de Darwin en Mendoza”. Dra. Ana María Zavattieri, Geóloga e investigadora del CCT. (publicación Diario Los Andes).
“Darwin y Lamark en Penitencia”. Claudio Bertonatti.
“Villavicencio a través de la Historia”. Fernando Morales Guiñazu.

Recopilación Bibliográfica: Gque. Roberto Tobares. 

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